Día 7: Cobh, Cork y el castillo de Blarney

Os dejamos en la entrada anterior con la historia de nuestro anfitrión de Airbnb en Cashel, que nos contó en una apasionante conversación mientras disfrutábamos de un excelente desayuno. Estamos, pues, en nuestro séptimo día de ruta por Irlanda, y hoy nos toca salir hacia el sur para conocer la ciudad de Cork, el vecino puerto de Cobh (donde el Titanic tomó tierra por última vez) y el legendario castillo de Blarney.
Y como esta noche dormiremos en Annascaul, en la Península de Dingle, a 2h de camino desde nuestro último punto de visita de hoy, no nos queda más remedio que salir temprano y apurar la mañana.
Cobh
Salimos del Airbnb sobre las 8h y seguimos por la M8 dirección a Cork (peaje: 1,90€) hasta que vemos las indicaciones para dirigirnos al puerto de Cobh, donde llegamos a las 9h15. Aparcar en la calle es de pago, pero justo detrás de la catedral hay un aparcamiento gratuito donde seguro encontráis sitio si llegáis temprano (no tiene pérdida, está muy bien indicado).
Hacemos una visita corta a esta pequeña localidad costera en cuyo puerto amarró a tierra el Titanic por última vez. En concreto, visitamos la catedral de San Colman (entrada gratuita), que destaca por la altura de su nave.
Luego damos un rodeo por las calles adyacentes para pasar por la empinada calle Westview. En ésta, se encuentra una hilera de casas victorianas de colores conocida como «the Deck of Cards» (la baraja de cartas), con la catedral como telón de fondo.
Al final de la calle, pasaréis por debajo de un arco y os encontraréis ya en el paseo marítimo del pueblo para un paseo agradable antes de regresar al coche. Si no hubiéramos desayunado en nuestro alojamiento, una de las cafeterías de la zona habría sido una encantadora candidata para ello. También, para los amantes de la historia del Titanic, hay un pequeño museo dedicado a él (de dimensiones para nada comparables con el armatoste de museo que tienen montado en Belfast).
Cork
Recogemos el coche a las 11h y salimos en dirección a Cork. En 25 minutos con poco tráfico nos plantamos en el centro. Desde Cobh se trata de deshacer un poco el camino que hemos hecho para llegar hasta el puerto y luego ya está todo indicado. Lo más complicado: encontrar aparcamiento en Cork. Al final, encontramos un aparcamiento de pago en el centro, muy cerquita del English Market. Eso sí, te clavan 3€ la hora, pero es eso o aparcar en las afueras ya que no es para nada fácil estacionar en la calle (además que también es de pago y con una duración límite).
El centro histórico de Cork lo conforma una especie de pequeña isla rodeada por los brazos del río Lee, a la orilla del cual puedes ver hasta gente tomando un té improvisado. Así tal cual.
Nosotros empezamos la visita cruzando el río al sur de esta isla para visitar el exterior de la catedral de San Fin Barre.
Desde allí, cruzamos el Lee de vuelta y nos adentramos al centro histórico de Cork para recorrer sus calles principales. La vía principal es Oliver Plunkett, una animada calle peatonal adoquinada repleta de tiendas y restaurantes.
Al principio de esta calle, hay una entrada al English Market, un mercado cubierto donde se venden una amplia variedad de productos gastronómicos irlandeses. Pasear entre los puestos del mercado pone en guardia todos los sentidos.
Todo lo que hay entra por la vista y despierta el estómago, así que decidimos comer aquí en alguno de los puestos que sirven comida ya preparada en el mercado. En concreto, paramos en The Sandwich Stall, un local que hace esquina y donde sirven todo tipo de bocadillos con embutidos locales y ensaladas preparadas. Pedimos un bocadillo de jamón de ternera que tiene muy buena pinta (además que los sirven bien llenos) y la ensalada del día, de arroz basmati y garbanzos con verduras con un chutney de mango sensacional por 7€ y tenemos suerte de poder sentarnos en uno de los escasos taburetes en la barra.
Y si os habéis quedado con el antojo de algo dulce, el mercado esta lleno de pastelerías y chocolaterías: yo no puedo resistirme a comprar una tartaleta de crema y frutas del bosque que está riquísima.
Salimos de nuevo a la calle y recorremos un poco la calle de Saint Patrick, que discurre unas calles más arriba de Oliver Plunkett, antes de dirigirnos más hacia el norte, para volver a cruzar el río Lee y adentrarnos en el barrio de Shandon. Mucho más tranquilo que el centro, las casas adoptan un colorido más alegre y apenas hay gente en las calles de este distrito histórico.
Pasamos por delante del Museo de la Mantequilla (¡sí, por lo visto Cork fue la mayor exportadora de mantequilla del mundo en el siglo XIX!) y la catedral de Santa Ana y llegamos por un pequeño callejón, Cathedral Avenue, a la catedral de Santa Maria y Santa Ana, un edificio muy moderno, cuyo interior no nos pareció nada muy especial. Aún así, nos encantó el barrio y pensamos que vale la pena callejearlo un rato.
Regresamos al centro para volver al coche: 12€ de parking por 4h, que ya lo sabíamos, pero aún así duele dos veces, al enterarte y al pagarlos. Y de allí, salimos dirección al castillo de Blarney, a unos 20 minutos al noroeste de Cork. Aquí sí conviene tirar del GPS del móvil (¡gracias que ya no hay roaming!) por lo menos para salir del centro urbano y luego ya está indicado.
El castillo de Blarney
Llegamos al enorme aparcamiento del castillo de Blarney y presentamos nuestras entradas, que compramos online con antelación por 14€ adultos (11,50€ para estudiantes). En taquilla es 1€ más por cada ticket. Conviene verificar el horario, ya que cambia bastante durante el año. En julio y agosto abre de 9h a 19h, pero en pleno invierno en enero y febrero cierra a las 17h. Podéis comprobar los horarios por meses aquí. El precio de la entrada es algo elevado por lo que realmente se va a ver. Dividiremos la visita en dos partes: el castillo y los jardines.
El castillo en sí es, en realidad, la torre de homenaje de una fortaleza medieval, cuyas paredes se inclinan hacia dentro sobre los cimientos de la roca, haciéndolo parecer incluso más alto de lo que es en realidad.
Bajo el edificio, hay una serie de galerías cavadas en la piedra, algunas accesibles, por donde escapaban los habitantes del castillo en caso de ataque.
En la subida a la torre, uno se encuentra con una estrecha escalera de caracol, que en algunos niveles abre a estancias del antiguo castillo, donde hay paneles informativos de la función de cada uno de los espacios en una fortificación medieval.
Pero el motivo por el que el castillo de Blarney recibe tantos visitantes a lo largo del año se encuentra en la parte de arriba del todo de la torre y no es menos que la Piedra de Blarney. Según la leyenda, a quien bese la piedra le será otorgado el don de la elocuencia. Pero para que funcione el beso tiene que darse a la parte de abajo de la piedra y en una postura imposible y sin duda temeraria: de espaldas e inclinando la cabeza hacia atrás en el vertiginoso hueco entre la torre y la piedra. Por suerte, hay instaladas unas barras que evitarían la caída, además de haber un operario ayudando a los visitantes a mantener esta posición para nada natural. También hay un fotógrafo, pero las instantáneas de la vertiginosa hazaña cuestan la friolera de 14€, igualito que la entrada. Al menos permiten que la gente saque sus propias fotos también. Aquí me tenéis a mí dislocada.
Circulan muchas historias acerca del origen de la Piedra. La más sostenida es que fue la Lia Fail, la Piedra del Destino usada para coronar a los reyes irlandeses. Según se cuenta, la Piedra fue trasladada luego a Escocia, donde cumplió una función similar, hasta que en 1314, Cormac MacCarthy, el rey de Munster, envió a sus tropas para ayudar a Roberto I de Escocia en una batalla contra los ingleses. Su apoyo fue vital para la victoria y los escoceses devolvieron a Irlanda la mitad de la Piedra en señal de gratitud y ésta fue colocada en el castillo de Blarney.
Desde los jardines, al pie de la torre, ya impresiona, así que imaginaros cabeza abajo con la melena al viento.
Alrededor del castillo se encuentra una gran extensión de jardines que, a pesar de sus dimensiones, no justifican el alto precio que se paga por la entrada, en nuestra opinión. Justo detrás del castillo se halla la parte más curiosa de los jardines: el jardín de plantas venenosas, una colección de plantas tóxicas para la vida humana como puedan ser la mandrágora, la ricina o el opio.
En el resto del jardín se pueden ver desde zonas más boscosas hasta áreas dedicadas a la fauna autóctona irlandesa o incluso una con plantas tropicales.
En un extremo del jardín podréis ver también la Casa Blarney, una mansión señorial que data de 1874. Se puede visitar el interior, pero solo abre al público unas cuantas horas por la mañana y, por lo tanto, no pudimos verla por dentro.
Además del jardín en sí hay una zona señalizada como Rock Close, una extensión del jardín más «domesticada» que les encanta a los niños ya que hay piedras con forma de bruja, unas escaleras donde pedir deseos, un círculo «de los druidas», etc.
¡En ruta!
Son las 18h30 cuando salimos dirección a Annascaul, donde tenemos nuestro alojamiento para esta noche. Casi 2h30 de camino con estrecheces: pero todo esto ya os lo contaremos en nuestra próxima entrada, en la que os llevaremos a conocer la península de Dingle.
En resumen:
Ruta por Irlanda e Irlanda del Norte en 11 días
Viajes seguros:
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No se si me atrevería con lo del beso.
Está todo hiper preparado, pero sí, da algo de pánico. Yo me monté un pequeño show, porque las dos primeras veces que lo intenté no llegaba ><'