Día 5: Arequipa – Picanterías, barrio de San Lázaro y monasterio de Santa Catalina
Llegamos a Arequipa sobre las 10h después de una noche muy tranquila en bus nocturno desde Ica. La verdad es que nos sorprendió haber dormido tan bien y tan seguido en un viaje por carretera. Al despertar nos quedaban todavía algunos kilómetros por recorrer, que se hicieron muy amenos con las vistas al perfil del volcán Misti en el horizonte.
Arequipa, rodeada por tres volcanes (el Chachani y el Misti y el Pichu Pichu), es conocida como la ciudad blanca del sillar, la roca volcánica de la que están construidos la mayoría de edificios de su centro histórico. Pero además de la singularidad de su arquitectura, Arequipa es diferente al resto de ciudades peruanas y sus habitantes se enorgullecen de su identidad. Tanto que hasta creen que merecen un pasaporte diferente del de sus compatriotas que incluso venden como recuerdo de la ciudad.
Dónde alojarse
La terminal de Cruz del Sur de Arequipa se encuentra en las afueras al sur de la ciudad. Un taxi al centro desde la terminal os puede salir por 10-12 soles (unos 3€), algo menos si salís de la estación. Nosotros cogimos uno que nos llevó hasta la puerta de nuestro alojamiento en el Hotel Caminante Class, a apenas unas manzanas del monasterio de Santa Catalina. A pesar de llegar temprano, nos acomodaron enseguida en nuestra habitación. La estancia por 2 noches, incluyendo el desayuno nos salió por 112 soles en habitación doble (unos 14 euros).
Corso de la Amistad
Llegamos a Arequipa el 15 de agosto que, además de la Virgen de la Asunción, es el aniversario de la fundación de la ciudad blanca por parte de los colonos españoles. Y con todo el orgullo de los arequipeños, lo celebran con el Corso de la Amistad, un desfile al que acuden grupos folklóricos de bailes tradicionales y asociaciones de todo el país. Dura horas y el punto álgido es cuando el pasacalles recorre la avenida de la Independencia. Por ello, una vez realizada la entrada al hotel, nos dirigimos directamente allí.
Las calles que dan a la avenida están colmadas de gente y puestos de comida callejera. Tanto, que tenemos que hacer cola para cruzar las calles a cuentagotas y encontrar un sitio del que más o menos podemos ver algo. Nosotros no teníamos ni la menor idea, pero la gente alquila asientos y carpas para protegerse del sol para la ocasión. Al cabo de una hora, el sol de mediodía y el ritmo lento al que desfilan los distintos grupos nos ganan y decidimos regresar al centro a comer. Por lo menos, el poco tiempo que hemos estado ha coincidido con el paso del wititi, el baile tradicional del Valle del Colca, acompañado del cóndor, el ave mística de la región que veremos en unos días en nuestra excursión al cañón del Colca.
Picantería La Benita y los claustros de la Compañía
La gastronomía arequipeña es otro de los elementos imprescindibles de la identidad de la ciudad y se puede degustar en todo su esplendor de sabor y cantidad en alguna de las picanterías de la ciudad. La más conocida es la Nueva Palomino, pero al estar tan concurrida nosotros optamos por otro clásico, La Benita. La Benita original se encuentra en un barrio de las afueras de Arequipa, pero su popularidad ha permitido que abriera una sucursal en uno de los enclaves turísticos más bellos de la ciudad: los claustros de la Companía. Pero dejamos la visita a los claustros para después de comer y nos metemos directamente en el restaurante.
La carta es extensa y para aquellos que quieran probarlo todo hay opciones de menú «americano», una selección de platos típicos en versión algo reducida pero que en conjunto alimentan y mucho. Nosotros pensamos que un americano sería demasiado para los dos y pedimos dos platos esenciales de Arequipa para compartir, rocoto relleno (pimientos con relleno, algo picante pero no mucho) y cuy chactado (conejillo de Índias o cobaya como lo llamamos en España). Las cantidades son ingentes: vienen no uno sino tres rocotos y el cuy es gigante nivel que si lo veo por la calle, huyo. Junto con la bebida, una cerveza Cusqueña y un chilcano (cóctel a base de pisco, limón y soda), nos sale la cuenta por 115 soles (unos 30€). No es barato pero la excelenterelación calidad-precio lo justifica.
Salimos llenísimos del restaurante y aprovechamos para dar un paseo por los bonitos claustros de sillar volcánico.
Justo al lado del claustro está la Iglesia de la Compañía, de acceso gratuito, y la capilla de San Ignacio de Loyola, de pago. Entrar en la capilla cuesta 4 soles (algo más de 1€) y aunque es pequeña es una capilla finamente decorada con frondosos motivos tropicales, evocando las misiones de los jesuitas a la selva peruana.
Barrio de San Lázaro
Nuestra siguiente parada del día es el monasterio de Santa Catalina, pero como todavía es temprano nos damos un paseo por el barrio de San Lázaro, un conjunto de calles idílicas y silenciosas en las que destaca como no, el blanco sillar de las casas. Un poco más arriba, cruzando un puente se encuentra la iglesia de San Lázaro, pero nosotros nos la encontramos cerrada.
Monasterio de Santa Catalina
Llegamos al monasterio de Santa Catalina a las 16h. Normalmente cierra a las 17h y con una hora no basta para ver esta ciudad monástica de colores vivos en medio de la ciudad blanca de Arequipa. Sin embargo, abre hasta las 20h los martes y jueves, con lo que se puede disfrutar de una visita nocturna tras la puesta de sol. O eso pensábamos nosotros cuando entramos y nos pusimos a visitar con toda la calma hasta que nos dimos cuenta de que empezaban a cerrar estancias y nos dimos cuenta de que íbamos bien equivocados. ¡Resultaba que al ser festivo, cerraban a las 17h! No había mención a este cambio ni en taquillas ni en la página web, donde si especifica días feriados en que el monasterio cierra, y nosotros nos habíamos quedado a media visita…
Preguntamos en taquilla si podíamos volver a entrar al día siguiente con la misma entrada y nos dijeron que normalmente había que comprar otra, lo cual no nos hizo ni pizca de gracia, pues es una de las entradas turísticas más caras del Perú (obviando Machu Picchu, claro): 40 soles (unos 10€ por persona). No obstante, nos indicó que viniéramos al día siguiente a primera hora, ya que nuestro caso se debía a algo excepcional y quizás el gerente autorizaría la readmisión con el mismo tícket. Así lo hicimos y nos plantamos allí bien temprano, tanto que tuvimos que esperar un buen rato a que llegara el gerente que, por suerte, nos dio el visto bueno y pudimos terminar la visita. Lo que viene a continuación es un recopilatorio de nuestras dos entradas al monasterio.
El monasterio de Santa Catalina es, como hemos comentado, una auténtica ciudad dentro de la ciudad. Sus orígenes se remontan al siglo XVI, cuando el virrey Francisco de Toledo otorgó las licencias necesarias para la fundación de un monasterio de monjas de la orden de Santa Catalina de Siena. La primera monja que lo habitó fue Doña María de Guzmán, una mujer viuda, rica y sin hijos, que donó toda su fortuna a la hermandad e ingresó en el convento. Su estatus social y el de muchas de las monjas que siguieron sus pasos se ve en las comodidades de las celdas: todas con su propia cocina, habitaciones decoradas y algún que otro mueble lujoso de la época.
Las calles del monasterio llevan el nombre de ciudades andaluzas (Córdoba, Sevilla..) y destacan por sus vivos colores.
Hay también bonitos claustros, como el de las Novicias, de sillar blanco con preciosos frescos que adornan las paredes interiores, el claustro Mayor, o el de los Naranjos, éste último de un bonito azul que contrasta con los tonos rojizos de gran parte del monasterio.
Finalmente, se sale del monasterio por la pinacoteca, que alberga cuadros religiosos de la época del virreinato.
¿Mal de altura?
Salimos del monasterio el primer día sobre las 17h30, como os hemos comentado, a medio visitar y no sabemos si por los nervios o qué los dos tenemos un fuerte dolor de cabeza. Al estar al lado del hotel, pensamos que quizás es conveniente descansar un rato antes de salir a cenar. Al llegar, Joan me comenta que tiene hasta náuseas y eso ya me parece como más raro… Se me antoja consultar a qué altura se encuentra a Arequipa y veo que son nada más y nada menos que 2335 metros. Leo por ahí que a partir de los 2500es cuando se es susceptible de sufrir mal de altura, pero los síntomas que tenemos indican que quizás a nosotros nos ha pillado desprevenidos teniendo en cuenta que vivimos todo el año casi a pie de playa en Mallorca.
Además, no me queda duda porque hemos incumplido todas las recomendaciones para prevenir el mal de altura: no hacer mucho esfuerzo físico mientras uno se adapta (ir con prisas en el Corso de la Amistad y en el monasterio, por ejemplo), no comer en exceso (anti-picantería total), no beber alcohol (a mí el chilcano con el estómago casi vacío me ha mareado un poco, admito)… Con el descanso no mejora y como en realidad no tenemos hambre por la comilona del mediodía, decidimos echarnos a dormir y mañana será otro día. Por suerte, despertamos como nuevos y listos para la segunda parte de nuestras andadas por Arequipa.
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